martes, 7 de abril de 2009

De cómo perdimos un pueblo y la conquista: historia de una raza errante (tercera parte)

Por Ricardo Zapata Lopera

De colonos a refugiados

Don Álvaro reflexiona en cómo el pasado pudo traernos este presente. “El centralismo. Los dirigentes políticos han sido muy egoístas. Aquí se generan muchos recursos, pero la inmensa mayoría de esa plata, de esos recursos, los utilizan en la misma ciudad. Los vuelven cemento, los recursos los vuelven cemento, y hacen de esta ciudad un espejismo, una cosa maravillosa. Eso se lo proyectan a la gente de los campos y de los pueblos. Entonces, a la par que se va desarrollando la ciudad, se va desmejorando el nivel de vida en los campos y la gente se siente presionada, como le están mostrando esta fantasía de ciudad, que allá por lo menos vendiendo confites uno consigue la comida, nos metemos en cualquier parte. Qué tal, aquí estamos aguantando hambre, ¡vámonos pa allá!

“Y llegan y se meten en casas de cartón y se van a vender confites en los buses, a pedir limosna o a sobrevivir de cualquier manera. Abandonan el pueblo. Es por la imagen que le están presentando a la gente de que esto es la solución a todo lo malo, o sea que aquí se vive muy bueno, que en la ciudad todo el mundo vive bien. Pero eso son mentiras.

“También la falta de oportunidades y la falta de educación. Todo el mundo en los pueblos siempre desea, cuando ya la familia está crecidita, vámonos pa Medellín pa poder educar a los hijos. Entonces claro, es todo el mundo echando pa acá.

“A la provincia la abandonaron. Antes en vez de darles recursos se los quitan. ¿Cómo se enriquecen las Empresas Públicas de Medellín? Con los recursos de los municipios. El agua no se produce aquí en Medellín, eso viene de los pueblos. Y no le retribuyen a los pueblos todos esos recursos que le están quitando.

“Por falta de oportunidades también algunos se han unido a los grupos armados. De la mala situación económica que se está viviendo en los pueblos, los grupos armados aprovechan para ilusionar a los muchachos y meterlos en la violencia. Los ilusionan con dinero, con salarios, con supuestas buenas condiciones”.

Pero reitera que el centralismo es raíz de los descuidos del campo. “El mayor centralismo se sabe que es Bogotá. En segundo nivel, el de las ciudades, caso concreto, Medellín. Y si usted va a los municipios también abandonan las veredas. Las administraciones municipales destinan los mayores recursos es para las vías del municipio, para el acueducto del municipio, que todos los servicios del municipio. Y las veredas y los corregimientos los mantienen abandonados. Entonces es una secuencia.

“En las veredas hay que dar educación, crear colegios. La parte fundamental del desarrollo de una sociedad es la educación. Si la sociedad no está bien educada permanecerá en la ignorancia y será más fácil para la gente egoísta dominarlos. Una persona ignorante se manipula muy fácil”.

Mi abuela estuvo rodeada de todos estos factores: la falta de educación, la falta de oportunidades, la pobreza y el centralismo. Según la historiadora Mary Roldán, en épocas de La Violencia, “[la violencia] también se volvió un poderoso medio por el cual las localidades que se sentían abandonadas por su partido o por el gobierno hacían sentir su oposición a lo que percibían como el sacrificio de sus intereses por parte de caciques que pactaban entre sí a puerta cerrada en Medellín, sin que necesariamente tomaran en cuenta los deseos o preocupaciones de sus partidarios pueblerinos”. Y desde el campo lo que percibió mi abuela fue que “los políticos del campo confiaban mucho en los de la ciudad, esperaban mucho de ellos en La Violencia y no recibieron nada”.

Las medidas que adoptaron los dirigentes desde las ciudades parece que no tenían sintonía con las peticiones de las localidades. El directorio conservador del municipio de Heliconia al suroeste de Medellín diría en pleno gobierno de Laureano Gómez cuando exigió un cambio de alcalde y no les prestaron atención: “no por esto dejaremos de ser conservadores, pero sí nos damos cabal cuenta de la inutilidad de nuestros servicios, pues solo somos autómatas para mover un electorado a las urnas y luego nuestras peticiones son hechadas al olvido”.

Por eso el ambiente político en el momento era tenso. En Guasabra había que mantenerse con una credencial conservadora. No todo el mundo era digno de confianza y había que cuidar mucho las amistades. Al abuelo Alfredo casi lo logran convencer de quedarse a luchar, pero una nota de mi abuela lo hizo arrepentirse. Simplemente decía que él de alguna forma tenía que responder por la familia.

Dice mi abuela que el gobierno de Laureano Gómez fue terrible. Sus recuerdos de lo que pasaba no son muy exactos, pero las vivencias arrojaron un sentimiento: “los políticos no hacen nada por el pueblo, los políticos buscan es su conveniencia”.

Por lo que cuenta mi tío Oziel, el papá de mi abuela, Maximiliano Zapata, era un hombre muy rico. “Rico de campo, con muchas tierras, cultivos, ganados. Además era pintoresco y le gustaban las leyes. Era muy estudioso, un autodidacta, con la plata que tenía se compraba los códigos y se los estudiaba. Ayudaba a la gente cuando tenía líos legales, defendía al pueblo. Aparte de los curas, era el único que sabía y no era ignorante. Además era liberal”. Ante una iglesia conservadora, le tocaba defender su posición. “Decían que era comunista. El padre Manuelito Restrepo Bran escribió cosas muy malas de él. Ahora la familia Bran tiene el libro del padre guardado porque dice cosas muy malas, muy inexactas. Pero en ese entonces los curas eran la última palabra”.

Maximiliano murió antes de La Violencia, pero de la herencia que le dejó a su familia liberal, mucha parte se perdió en ese entonces. Hoy todo pertenece, por la vía de hecho, a guerrilleros de las FARC. Es probable que los problemas familiares por cuestiones políticas hayan marcado la postura de mi abuela frente a la política. “Uno a lo último estaba en el campo y poco sabía de las cosas. Será por política y los malos entendimientos entre políticos”, decía.

Sin embargo, no son precisamente malos entendimientos entre políticos los causantes del conflicto, pero sobre todo los malos entendimientos entre quienes tienen poder económico, legal o ilegal. Es por eso que muchos expertos coinciden hoy en día que el desplazamiento y la gran movilización de los residentes del campo ha sido primordialmente una cuestión económica. Esto, producto en parte del centralismo estatal y social, la falta de conexión campo-ciudad, que hace ver las decisiones económicas cual si se tratara de un juego de ajedrez.

“Hay una gran pelea por la tierra productiva. El desplazamiento se da en zonas estratégicas para la movilización o tierras fértiles aptas para diversos cultivos. Este último es el caso de los macro proyectos productivos como la palma africana o el biodiesel. Para llevarlos a cabo ha sido necesario desplazar a la gente”, cuenta Libia Posada, artista e invitada a la exposición de Destierro y Reparación. Jesús Abad Colorado también dice al respecto: “el desplazamiento forzado se ha convertido en una estrategia para asegurar el control de territorios ricos en biodiversidad, recursos mineros, petroleros o para los cultivos de uso ilícito”.

De acuerdo a la investigación de Corporación Región con motivo del programa Destierro y Reparación, en el contexto económico del conflicto se distinguen varias problemáticas. La primera tiene que ver con las obras de infraestructura y los requerimientos de la globalización. Hidroeléctricas como Pescadero-Ituango en Antioquia, el canal interoceánico en el Chocó (en la desembocadura del río Atrato hasta Riosucio), carreteras como la troncal de los llanos y la vía Urabá-Maracaibo, son ejemplos.

A esto se le suma la deforestación y el ánimo de desarrollo de las industrias madereras y de palma africana en el Chocó y Urabá. La mayoría de las actividades de estas industrias se ha realizado en territorios colectivos de las comunidades negras o en zonas declaradas reservas naturales (como en el caso de Maderas del Darién que “explota principalmente en la cuenca del río Cacarica, declarada en 1983 por la UNESCO patrimonio de la humanidad y reserva de la biosfera” de acuerdo al sociólogo Alfredo Molano).

También se dan casos como el de Carimagua, que en nombre de un modelo de desarrollo que muchos cuestionaron (senadores como Cecilia López o Jorge Robledo, por citar algunos) porque desconocía el valor de los pequeños propietarios, se pretendía asignarle tierras de desplazados a grandes inversionistas.

Por detrás de todo esto, y con cifras menos precisas, se dan también los efectos del paramilitarismo y el narcotráfico, al cual guerrilla, paramilitares y delincuentes comunes están ligados. La búsqueda de tierras aptas para cultivos de uso ilícito, su transporte y procesamiento; tierras con posiciones estratégicas para movimientos de alimentos, armas y hombres; e incluso de tierras en zonas ganaderas y de agricultura comunes; ha sido causante de “una contrarreforma agraria con la compra de las mejores tierras del país (un 48 %, mientras que el 68 % de los propietarios o pequeños campesinos sólo poseen el 5,2 % del área)”.

Y podemos recordar otros hechos puntuales. La justicia norteamericana determinó que la multinacional Chiquita Brands financió el paramilitarismo en Urabá entre 1996 y 2007. En la vereda La Pola en Chivolo, Magdalena, los paramilitares de 'Jorge 40' obligaron a salir a campesinos de sus tierras (1,129 hectáreas) para llenarlas de ganado y montar su centro de operaciones, según lo realtó El Tiempo el 12 de noviembre de 2008. O hace más de 60 años cuando las petroleras extranjeras desalojaron y arrinconaron a la población nativa para explotar la región del Catatumbo.

Pareciera que el problema es de tierras. De acuerdo a Oziel, Guasabra está en pleno corredor para la movilización de diversos frentes de las FARC. Para no pasar por las inhóspitas selvas del Chocó, y llegar así a la región de Urabá, es necesario atravesar por Urrao, Caicedo y de paso Guasabra. “Todo eso está sembrado, pero los trabajadores son todos guerrilleros”. Y es que los guerrilleros no comen de los cultivos ilícitos. “Yo por allá no puedo subir. La última vez que fui fue en 1999, pero nos tocó salir volados de allá. Sólo van unas viejitas en el puente del 6 de enero a llevar regalitos y platica a los niños. Yo por supuesto mando alguito”.

La misma colonia de Guasabra, un grupo de gente de la zona que hoy vive en Medellín, no puede volver. “A la colonia la amenazaron con que no volvieran por allá”, dice mi abuela. “El padre dijo que no, que si tenían alguna cosa para darles que él bajaba hasta Antioquia por ella. Cada año es que van hasta Antioquia y les llevan regalitos, pero ya no tantos. La gente allá arriba se animaba y la gente recibía con una alegría y cantaban, les palmoteaban y quemaban pólvora y todo los de allá eran muy contentos. A la guerrilla como que no le gustaba”.

Y por estar metidos en tierras un bando del conflicto, el contrario, los paramilitares, han hostigado desde la cabecera municipal a la gente que se acerca. Ese es el caso de William, hijo de Juan, hermano difunto de mi abuela. Oziel cuenta que “le dio por montar una tienda por allá, y por supuesto sólo le compraba la guerrilla. Le estaba yendo bien y los paramilitares le advirtieron que no la siguiera surtiendo porque estaba colaborando con las FARC. Él de testarudo siguió y un primero de mayo, hace como cuatro años, nos dimos cuenta que andaba desaparecido. Lo cogieron por Santa Fe de Antioquia con una hija”. Sólo se supo que sus documentos de identidad estaban en la estación de policía del pueblo.

“Hasta que no se resuelva el problema de la tenencia de la tierra nunca habrá paz en Colombia”, sentencia Oziel.

Don Álvaro, por otro lado, enfrentado a un antioqueño paradojal, del que sale lo mejor y a veces lo peor, afirma: “la raíz de toda la violencia en este país es la injusticia social. Mientras unos pocos quieran apoderarse de todo, aquí no va a haber paz. Un pueblo con hambre siempre va a ser violento. El hambre produce violencia. A uno le da hambre y se le daña el genio, pierde la tranquilidad. Eso a nivel general se traduce en un pueblo incontrolable. Lo primero que se tiene que dar es solucionar ese problema de la desigualdad”.

Mi abuela, recordando que fue campesina, dice que “la gente que ha vivido en los pueblos toda la vida no sabe lo que pasa en el campo. Creen que se vienen porque es mejor. Eso no es así, se vienen es por necesidad”.

Cada vez es más paradójica la realidad, pues de un campo del que toca huir por necesidad, brotan las más grandes ambiciones.

La investigación de Destierro y Reparación cita: “En Colombia la no resolución histórica del problema agrario ha implicado mayor concentración de la propiedad y su aprovechamiento como un factor especulativo acumulador y apropiador de rentas en lugar de ser un bien de producción o de inversión, su utilización ineficiente (tierras de uso agrícola en ganaderías extensivas o tierras de vocación forestal en ganadería); altos índices de pobreza rural muy superiores a los existentes en sectores urbanos; institucionalidad ineficiente y caótica; destrucción acelerada de los recursos naturales y poca participación de los pobladores rurales en los sistemas de decisión que afectan sus modos de vida (Machado, 2001: 113)”.

Después de todo, parece que por eso don Álvaro insiste con los arrieros, es la verraquera que necesitamos.

Yo que nací altivo y libre
sobre una sierra antioqueña,
llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.

E.M.

2 comentarios:

  1. Que buen trabajo Ricardo, me alegra mucho que sigas escribiendo, y te unas a quienes muestran la realidad desde todos los angulos posibles. Los datos están sumamente interesantes...algunos de ellos se enlazan con lo que estamos trabajando este semestre en el semillero, que apunta al abordaje y soluciones de la pobreza rural. Le enviaré el link al grupo, porque tu escrito es muy aportante.

    Un abrazo!
    Nazly.

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  2. Hola nazly, me alegra que pueda seguir colaborando con el semillero, incluso de maneras diferentes a las finanzas. Un abrazo a todos.

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