miércoles, 1 de abril de 2009

De cómo perdimos un pueblo y la conquista: historia de una raza errante (segunda parte)

Por Ricardo Zapata Lopera

En mula por Antioquia y de vuelta a Medellín

Cuando en el siglo XIX, principalmente, muchos campesinos pobres asentados en las cercanías de El Valle de Aburrá y en tierras del valle de Rionegro decidieron salir en busca de oportunidades, emprendieron una epopeya que sería recordada como la Colonización Antioqueña, un proceso multiforme, con matices claros y oscuros, enmarcado por una actitud emprendedora, por un espíritu aventurero y unas ganas de salir adelante y conseguir riquezas, pero también por violencia física, favoritismos políticos, intriga, sobornos y ambiciones político-económicas.

Los actuales departamentos de Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda y parte del Tolima, Valle del Cauca y tierras lindantes, fueron habitados por unos personajes muy particulares, que poco a poco fueron constituyendo un mito, alimentado por las dificultades del terreno y por la capacidad de sobreponerse a ellas. “Sonsón y Abejorral en el sur, Fredonia en el oeste, fueron los sitios estratégicos para el avance de los zapadores hacia los actuales Caldas y Tolima, y al poniente, cruzando el Río Cauca, hacia el occidente de Antioquia”, diría James Parsons.

Hoy, cuando vemos masas de personas regresando a las ciudades y descolonizando el campo, parece paradójico que en algún momento sus ancestros salieron con ánimos de libertad a esas tierras al las que pocos quieren regresar.

Por eso, el trabajo de Álvaro Fernández para muchos parece perder validez cuando es un pasado de injusticias el que nos trae el presente, pero su visión y energía se han enfocado en recoger los frutos de tiempos de esfuerzos, cuando a punta de trabajo, verraquera y comunidad, el paisa forjó su leyenda.

Hoy su propósito es uno sólo: rescatar los valores paisas. Para él los arrieros, los tiempos épicos de Antioquia, son un recuerdo que no puede ser olvidado. “Todos los valores, las virtudes, la enseñanzas, todo lo bueno de los ancestros viene de los arrieros. Así que la arriería es el origen de la antioqueñidad. Nosotros nos creemos muy verracos y muy guapos y todo. Ese orgullo viene es de esos hombres, los verdaderos héroes de Antioquia”.

Don Álvaro nació en Ciudad Bolívar, “en San Gregorio, una escuela de arrieros. La mayor actividad que se desarrolla es la caficultura, pero como es un pueblo casi inaccesible porque está por allá arriba, todo se mueve a lomo de mula. Todos los días usted ve recuas de mulas de arriba pa bajo, es una cosa bonita”. Por cuestiones de La Violencia, a los siete años salieron para Medellín y después terminó viviendo en Cisneros donde se educó y pasó su niñez y juventud. “Luego ya tomé la decisión de ponerme a andar en plan de trabajo, de rebusque, de sobrevivir. Yo me considero de todo Antioquia”.

Ha sido artesano, comerciante, profesor, dibujante, pintor, poeta y escritor. Su trabajo es investigar. Es historiador empírico. “Llevo 5 años consecutivos dedicados a la investigación de la historia de la arriería, del ferrocarril, ya he publicado cuatro libros. A la par con la investigación y con los libros, pinto al óleo y dibujo en plumilla.

“La historia de la arriería es una historia perdida, es una historia que no se había escrito. Uno encuentra muy poquitico de la arriería en bibliotecas y librerías. Mucho folklorismo paisa sí se encuentra, pero una historia seria y concreta sobre lo que fue la arriería es muy difícil. Porque es que imagínese cuanta historia y cuantas cosas bonitas no se vivieron en las fondas, y habían fondas por todas partes, por todos los caminos y todas las regiones de Antioquia, y allá era donde se hacía la historia, donde se hacían lo negocios, donde se hacían las fiestas, donde se encontraba la gente, donde se hacían o se construían las costumbres. Esa historia nadie la escribió. Por tradición oral la gente ha oído, pero precisamente como no hay una constancia física de esa historia es que la gente ha perdido identidad. Y llegan otras culturas extranjeras, contaminan la cultura nuestra y se va perdiendo la identidad paisa. La gente se va olvidando de sus raíces. Entonces yo estoy tratando de aportar como un granito de arena. Buscar y buscar y reseñar. Tratar de que no se pierda la historia, porque si se pierde la historia de la arriería, se van perdiendo los valores y se va volviendo un desorden esta sociedad.

“Yo me recorrí todas las bibliotecas de Medellín y fue mínima la parte que encontré. ¿Qué me tocó hacer? Hombre, yo conozco la región del suroeste, yo he caminado mucho por allá. Allá tiene que estar la solución a esto. Hay que ir a buscar los sobrevivientes de esa historia. Entonces comencé a buscar gente veterana, ahí es donde encuentra uno la fuente de la información, en los que fueron arrieros, ya retirados. He encontrado gente de 90 años que me ha contado historias de arrieros. Más o menos tenía indicios de dónde podía encontrar a esa gente y me fui a buscarlos. Con base en eso ya hice un libro que se llama Historias de la Arriería en Antioquia.

“El arriero se hace desde niño. Por lo general se aprende del papá. Va de generación en generación. El arriero tiene que ir aprendiendo poco a poco todos los pasos, secretos, trucos y cosas que tiene la arriería. En un principio el arriero se llama sangrero, que es el ayudante. Le toca ayudar a enjalmar, cuidar las bestias, estar pendiente de la comida del arriero. Cosas que no son tan fundamentales dentro del oficio, pero ahí va aprendiendo. Ya después con la experiencia se va volviendo un experto hasta que logra independizarse en el oficio y es considerado como un verdadero arriero.

“Ellos son jornaleros. Trabajan en fincas al servicio de patrones. Pero la arriería ha sido un oficio que le da la oportunidad a la persona de independizarse y de hacerse rico. Es como una empresa. Es como una empresa de transportes. Miremos hoy en día, por ejemplo, una persona que puede empezar manejando un taxi. Y si es un hombre bien juicioso, le va bien y tiene suerte, le va a alcanzar su platica para comprarse un taxi. Y con base en eso va creciendo y a través del trabajo y el tiempo se va a conseguir sus cinco, seis, ocho, diez taxis. Eso ha pasado en la arriería. Ha habido arrieros que han llegado a ser tan ricos o más ricos que el mismo gobierno. Como la historia de Pepe Sierra. Pepe Sierra fue un arriero, trabajó muchos años en la arriería. Pero el hombre con su trajín, con su trabajo, con su ambición y sus cosas llegó a tener tanta plata que le prestaba al gobierno. Hay una avenida en Bogotá que se llama Avenida Pepe Sierra, en honor a ese arriero de Girardota. En su tiempo fue el más rico de Colombia”.

Pero los arrieros no son una raza olvidada, a pesar de los nuevos medios de transporte y los adelantos tecnológicos, todavía hoy existen. “En Ciudad Bolívar hay muchos arrieros. Son paisas en cuanto a sus costumbres, no han perdido mucho la identidad. En cuanto a su modo de trabajar, de vestirse, de comportarse, igual, es gente campesina, gente humilde y tan trabajadora como siempre. Básicamente el arriero arriero no ha perdido su identidad. Se viste prácticamente como hace 80 o 100 años, con ropa de dril, ropa fina. Lo único que ha cambiado es el calzado. El arriero nunca se ponía alpargatas, trabajaba descalzo, sólo se ponía calzado cuando entraba al pueblo para estar bien presentado ante el patrón o ante las muchachas. Ahora los arrieros trabajan es con botas pantaneras. Hay algunos pocos viejos que todavía lo hacen descalzos.

“Esos viejos conservan su modo de ser así espontáneo, son accesibles, son sencillos y son auténticos antioqueños paisas. No les falta el carriel. Arriero que se respete tiene que tener el carriel.

“Incluso en la actualidad hay mujeres que viven de la arriería. Hay un evento importante que se hace el mes de mayo que se llama Arrieros Somos. En el de este año, dentro de 300 arrieros, había unas seis o siete mujeres arrieras, que viven de eso y que desarrollan la actividad como cualquier hombre. Y se queda uno admirado, no son cualquier rejo de vieja, son mujeres maquilladas y bien presentadas, muy femeninas. Y cargan bultos y alzan carga en las mulas, ¡muy verracas!”. Arrieros Somos es un programa que busca la reconciliación de la ciudad con el campo, y la solidaridad con los desplazadas que se encuentran en Medellín. En todas las mulas que llegan, vienen bultos de alimentos para las familias desplazadas. Es el campo socorriendo a la ciudad.

El arriero fue una persona que marcó el destino de Antioquia. En su identidad, como lo escribe Eduardo Santa en Arrieros y Fundadores, impuso un ejemplo. “El arriero era un hombre honorable por excelencia. A él podían confiársele cargamentos de oro en polvo con la seguridad de que llegaban a su destino sin merma ni menoscabo. No había necesidad, como hoy en día, de contrato escrito ni de estipulaciones de ninguna índole. Su estampa varonil, orgullo legítimo de la raza, es todo un medallón. El arriero es hombre fuerte, estoico y tenaz, y forma con la mula una maravillosa cohesión de progreso”.

Su palabra dio ejemplo a muchos antioqueños. Muchos hoy recuerdan el gran valor de la palabra. Uno de ellos es Hernán Macías, un tinterillo de las calles de Medellín que hacía memoria de los viejos tiempos. “Las personas se respetaban mutuamente. Había mucha palabra… la palabra. Hoy en día el valor de la palabra se perdió. Antes la palabra era la que decía la persona: hombre yo te vendo esta casa, después hacemos las escrituras. Era tan delicada la cuestión que por ejemplo decirle hijueputa a una persona costaba la muerte. Eso le valía la muerte a una persona. Entonces decirle hijueputa a un viejo, ahí mismo sacaba el machete y se agarraba con el otro en un pañuelo, las famosas peleas, el que se matara primero. Entonces era muy delicado. La palabra madre valía mucho. Hoy en día le dicen a uno hijueputa y no le para uno ni bolas, porque eso hasta en canciones viene”.

“La arriería sí fue como la parte más importante dentro del desarrollo de Antioquia, de su progreso”, prosigue don Álvaro. “A raíz de esto también se impulsó la colonización. La colonización la hicieron fueron arrieros, arrieros con ganas de conocer otras tierras de conocer otros espacios, de abrir nuevos horizontes. Ellos se sintieron impulsados a emigrar a otras ‘tierras prometidas’ y ahí fue cuando empezó la colonización”.

Manuel Mejía Vallejo cuenta de los arrieros en La tierra éramos nosotros. “A estos héroes anónimos únicamente los reemplazan robles. Y cada uno que se ve en la cumbre, solitario ante su grandeza, es el rastro vigilante de los forjadores de esta raza resuelta. En cada picacho de la cordillera vibra un espíritu con un hacha, y en cada vuelta de la montaña una voz rebelde arde al viento, victoriosa. Los aserradores, entre la selva oscura, forman parte de la misma selva. Los arrieros contra acémilas y caminos aman su oficio de la andante arriería, el suelo natal y los senderos hacia lo desconocido”. “La epopeya del hacha”, como Santa diría de la Colonización.

Ante un pasado tan glorioso y legendario, vuelve la pregunta: ¿de qué manera pasamos del hacha a la escopeta? ¿Cómo llegamos de colonizar y ser una tierra de propietarios a regresar sin un centavo a las ciudades? Lo primero que debe decirse es que la Colonización Antioqueña también vivió sus conflictos. No fue tan gloriosa como cuentan los mitos. Las riñas entre colonos y terratenientes fueron comunes. Los campesinos pobres, arrieros y emprendedores que salieron a conquistar tierras solitarias se vieron en conflicto con señores ricos que llegaban después de un tiempo reclamando legítimo derecho sobre esas tierras, frutos de concesiones dictadas por los gobiernos centrales. La tierra es para quien la trabaja, decían algunos, pero muchas veces la realidad fue otra.

En el 2006 los datos de la Conferencia Episcopal de Colombia y el Codhes revelaban a Antioquia como el principal departamento expulsor de población: “Antioquia presenta 18 municipios expulsores dentro de los primeros 50 del país y 6 dentro de los primeros 10. Los casos más relevantes corresponden a Peque con la expulsión de aproximadamente el 77% de su población en 2001, Buriticá, Yondó, Alejandría, Cocorná y San Francisco, con porcentajes de expulsión en el rango comprendido entre el 45% y el 48% de su población (Conferencia Episcopal de Colombia-Codhes, 2006, p. 36)”, de acuerdo a Ana María Jaramillo en el informe final de Destierro y Reparación.

1 comentario:

  1. Rickie........... está demasiado vacano, ojala si podés me pasés esa información que has recopilado sobre la verdadera historia de antioquia!!

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