viernes, 20 de febrero de 2009

Medellín, a ritmo de tinta

Por Ricardo Zapata
Octubre de 2008

Cuando el antiguo Palacio de Calibío albergaba a la Gobernación de Antioquia, el viejo Palacio Municipal era la sede de las dependencias de la Alcaldía, la Plaza de Mercado y sus linderos eran el centro de la actividad comercial de la ciudad y el Ferrocarril todavía llegaba a la Estación Medellín, don Hernán encontraba oficio como tinterillo en las afueras del Palacio Nacional, que todavía no impartía mercancías sino justicia. El papeleo de la burocracia era el negocio de estos ilustres personajes que aprovechaban las oportunidades que les brindaba el colosal sistema: documentos, cartas, denuncios, contratos, cartas de recomendación, renuncias, derechos de petición. “Antes se necesitaba más documentación, más papeleo. Necesitaba uno más fuerza física, mental”, dice Hernán de Jesús Macías Herrera, tinterillo y contador desde hace casi 40 años.

Los tinterillos o escribientes se sientan frente a una máquina de escribir a redactar documentos y cartas y a llenar formularios. Sobre un banquito o una mesita ponen sus aparatos, amarran una sombrilla para que no les pegue el sol ni la lluvia y mientras no les llegan clientes un dulceabrigo cubre los teclados para que no les entre polvo. El constante tic, tic, tic…slaaack…tic, tic, tic, marca la cotidianidad de sus vidas. A ritmo de letras contra papel han visto pasar la urbe, sus tragedias y victorias.


“Yo soy contador. Estoy acá más que todo por agradecimiento a la comunidad”, cuenta don Hernán. “La mayor satisfacción para mí es servirles socialmente a todas las personas que se acercan, compartir con ellos todos mis conocimientos y a la vez orientarlos”.

“Me encanta más el lugar donde me hice como persona, donde me capacité, donde soy lo que soy en este momento académicamente. Eso por este trabajito. Me encanta más trabajar aquí donde siempre me ha conocido la gente. Antes de ser contador ya trabajaba acá. Primero fui contador general, cuando no existía la contaduría pública, fui graduado en el año 1966 de la Escuela Remington de Comercio, que es la pionera de la contabilidad”.

Frente a su máquina de escribir pasa la mayor parte del día. Comparte el Pasaje Peatonal Calibío, justo debajo del Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, frente a la Plaza de Botero, con otros 16 compañeros. Entre local y local se sientan y esperan mientras pasa la gente que camina por la ciudad, unos con papeles y sobres de manila bajo el brazo, otros empujando cochecitos de bebé llenos de termos con tinto, algunos otros ejecutivos de traje, y otros con costales al hombro y harapos sucios de estar todo el día tirados en la calle. Pasa la señora que vende “tomada de presión”, pasa el muchacho que reparte volantes para bajar de peso, pasa el jubilado que deambula sin destino, pasa el trabajador que carga bultos de mercancías, pasan las señoras elegantes y las no tan elegantes, pasa el vendedor de libros que grita “le vale sólo dos mil el libro, para que el niño aprenda a leer, escribir y colorear”, pasa el loco sin dientes que canta desafinado con una guitarra desafinada; y a cada uno de estos pasos que pasa no deja de mezclársele el paso de tinta y letras.

Hoy, cuando el paso peatonal es ineludible desde Calibío hasta Carabobo con San Juan, parece extraño pensar que aquellas pisadas eran riesgosas hace menos de 10 años pues era paso de automóviles. “El centro de la ciudad es de las personas. Me parece muy bueno lo que hicieron con Carabobo, que ahora sea peatonal. Con el fin de que las personas se sientan más tranquilas caminando, que no tengan miedo como antes de que ahí viene un carro. El que pasaba por Carabobo, no, que ahí viene un carro, ridículo, y ahora sí es de las personas“, recuerda Hernán.

A dos locales de distancia Carlos Alberto declara con fervor: “Que se vayan los carros del Centro”. Él ha sido tinterillo por 35 años y con computador es quien más ha modernizado la profesión. Tiene también una máquina de escribir para cuando necesita llenar algún formulario, pero casi no la usa. Es también partidario de las reformas que ha sufrido aquel sector de centro.

El 30 de septiembre de 2005 transitaron los últimos carros por Carabobo en la zona que va desde la calle San Juan hasta la avenida De Greiff. Empezaba así la construcción del Pasaje Peatonal. Un año después, ya terminadas las obras, la Alcaldía manifestaba que “la obra del Paseo Peatonal de Carabobo es el símbolo de la recuperación y revitalización del Centro de Medellín. Abrir un espacio peatonal en esta vía tradicional del corazón de la ciudad, manda un mensaje acerca de la búsqueda de un Centro más equilibrado y más cómodo para todos los que caminan por sus calles”.

Es que ésta calle, de extremo a extremo, es el corazón artístico, cultural, histórico, científico, ecológico, académico, comercial, recreativo, administrativo y social de la ciudad. Empieza en uno de los sectores más deprimidos de la ciudad, Moravia, construido sobre el antiguo botadero de basuras, pero a la vez actor de esta revitalización; y llega hasta el puente de más vieja data en la ciudad, el Puente de Guayaquil, construido en 1879. Pasa por centros importantes para la ciudad como el Parque Norte, el Parque Explora, el Jardín Botánico, el Parque de los Deseos, el Hospital San Vicente de Paúl, la Facultad de Medicina y la Sede de Investigación Universitaria de la Universidad de Antioquia, la Plazoleta de las Esculturas de Botero, el Museo de Antioquia, el Palacio de la Cultura, el Palacio Nacional, la Carrera 52, los edificios Vásquez y Carré, la Plaza de Cisneros y finalmente la Estación Medellín del Ferrocarril de Antioquia.

Carlos Alberto de todos estos prefiere el Palacio Nacional. “Era mejor en Palacio que aquí. Nosotros allá trabajábamos muy sabroso. ¿Usted ha visto esos andenes? Ahí pasábamos muy bueno. Se necesitaba de mucho papeleo, declaración de renta especialmente. Por ahí está la Notaría 3, entonces eso había trabajito. Pero los jueces se fueron y los juzgados cerraron. Nos trasladaron a Bolívar. Nos sentimos desplazados por allá. Luego sí terminamos acá en Calibío, hace unos trece o catorce años”.

En tiempos de Palacio según los testimonios de varios tinterillos, el negocio era jugoso. Oscar Restrepo, de 64 años y tinterillo desde hace 40, ubicado en Carabobo frente a la Alpujarra, comenta que en un día fácil se ganaban de cuarenta a cien mil pesos. Hernán Macías decía al respecto: “Antes había muchas abundancias de dineros, con respecto a ahora. La diferencia es enorme. La economía era un poquito mejor que hoy. Si uno en esa época se ganaba por decir algo cinco mil pesos, era mucho dinero, y ahora ya es una minucia”. Y no sólo se trata de las grandes inflaciones que ha sufrido el país, especialmente en los años 80’s y 90’s, sino también porque se ha buscado eliminar trámites, hacerlos más sencillos o simplemente digitalizarlos.

“Yo crecí como contador general en las afueras del Palacio Nacional. En la época en que había mucho movimiento, pero bastante movimiento, mucha afluencia, en el año, más o menos, 1968. Había mucho movimiento, muchas declaraciones, muchas cositas que uno sabía hacer. El ambiente era formidable, muy buen compañerismo, una gran afluencia de público. Ha rebajado considerablemente, usted sabe que la tecnología todo lo va desplazando”, dice don Hernán.

Al igual que en los trámites, la profesión de contador se simplificó. “A nosotros nos tocó una época muy difícil cuando tocaba manejar todos los escritos, no en máquina, sino que manualmente. Tocaba llevar los libros de contabilidad a mano, lo que era más difícil. ¡Ahora todo es tan fácil! Ya nosotros no hacemos sino digitar. Antes teníamos que nombrar auxiliares, ya ahora ya no. Es tan fácil con el nuevo programa que uno digita, luego le ordena al computador y le realiza todos, todos los estados de un balance. Empezando por un balance y un PyG, hasta un flujo de caja en efectivo. Prográmelo, váyase a tomar tinto o aguardiente y eso lo hace“.

Hoy don Oscar se lamenta porque en los tiempos de bonanza no ahorró. “Medellín no se componía sino de bares. Esta cuadra eran puros bares, y ni se diga de la Bayadera…El alcohol, eso me mató a mí”. Carlos Alberto relata una historia similar: “Yo de joven quise estudiar derecho, pero hubo mucho derroche. Tenía una vida entregada al licor. También era drogadicto. Iba a Envigado y compraba pepas, en ese tiempo les decían rojas. En El Poblado compraba Vino Tres Patadas. Pero dejé todo eso”.

Oscar también dejó los vicios y a su familia le recomienda algo diferente. “Yo mando a mis hijos a al Parque Biblioteca España, vivo por Santo Domingo”. Está de acuerdo con que se necesita un cambio de ambiente para no verse envuelto en vicios: “Se necesitan bibliotecas como un putas”.

Hernán con el trabajo he sostenido a la familia. “Los tengo más o menos defendiéndose; casa propia, todo. Y trabajo muy tranquilamente. Tengo dos hijos. La hija mía ya terminó bachillerato, siguió una tecnología, está trabajando actualmente en el Éxito. El hijo si tiene 17 años y ya está que termina bachillerato, próximo a irse a Bogotá a trabajar. Le ofrecieron trabajar en una empresa, se lo van a llevar. Para mí es muy importante que ellos se capaciten, lo que uno siempre le dice a los hijos. Mire que hasta el ejemplo lo tienen en mí. A pesar de mi edad, me superé”. Su vida fue ejemplo de constancia y progreso. Tardó tiempo en marcar hitos importantes en su vida, sin embargo, como dice, a pesar de la edad, lo logró.

Acerca de una vieja Medellín que desde sus butacas han visto cómo se esfuma, algunas veces para bien, otras para mal, Carlos Alberto y don Hernán cuentan pequeños detalles. “En el centro antes atracaban más. Hoy son más astutos porque lo hacen sin violencia”, dice Alberto. Basta recordar a aquellos hombres que por un tiempo estuvieron laminando a elevados precios los documentos de identidad o que dicen encontrarse un fajo de billetes y quieren compartirlo con uno, prácticas comunes en los últimos años, especialmente en los alrededores del Parque Berrío y la Plaza de Botero. “Imagínese que antes de existir este parque, aquí había muertos. Muchas veces de noche lo podían matar a uno”, recuerda don Hernán del sector del antiguo Palacio de Calibío, y continúa con otros sitios: “Guayaquil era muy horrible. Allá si uno se alzaba un bulto de mercado, salía un momentico y lo bajaban con bulto de mercado y billetera. Tenía uno que ir custodiado por varias personas. Allá fue siempre así, peligroso, una zona bastante peligrosa”. Contrasta con la recuperación que ha sufrido luego del Pasaje Peatonal. “La Bayadera era un sitio de bares, era una parte supremamente peligrosísima. Ahora ya está convertida en algo industrial y comercial”.


“Anteriormente en Cisneros estaba la plaza de mercado. Desorden, mucha suciedad, un caldo de rateros, y mucho comercio, claro. Y existía el Hotel Santana. Ya está el Parque de las Luces. Y desapareció el ferrocarril, lo mejor que ha tenido Antioquia”. Don Hernán recuerda con cierta nostalgia “esos paseos tan buenos”, cuando se paraba en cada municipio y donde siempre había gente alegre. Oscar Restrepo era ot
ro de esos que se iba hasta Puerto Berrío en el tren: “ojalá lo vuelvan a colocar”.

Carlos Alberto mira tiempos más recientes que nadie sabe a ciencia cierta si han acabado. “En los tiempos de la mafia había mucha construcción, con eso sí que teníamos trabajo porque eso pedían y pedían licencias de construcción. Nos iba muy bien”. El poder económico de las mafias, especialmente del Cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar, llegaba a todas las instancias de la sociedad. Sin embargo, durante su ‘reinado’ la ciudad no tuvo mejoras considerables, por el contrario, pasó a ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, y el tejido social de la ciudad, especialmente el del Centro, se resquebrajó totalmente. Fue apenas hasta finales de los años 90’s cuando se pudo pensar en revitalizar zonas estratégicas, como lo que se hizo con la donación de Fernando Botero y la creación de la Plazoleta de las Esculturas, pero después de un largo periodo de violencia y crisis social.

La banca donde Hernán Macías, Oscar Restrepo y Carlos Alberto esperan la llegada de sus clientes los ha hecho espectadores de una ciudad que se transforma. Han visto los tiempos duros y las mejoras, pero también han visto cómo la sociedad empeora. Carlos decía que hoy hay más vicios, siendo la vos de quien los ha probado casi todos. Por cuestiones de seguridad la gente antes no vivía la cultura como hoy lo hace, sin embargo, Hernán recuerda que sí se era más festivo. A pesar de ello, Oscar cree que con las bibliotecas basta, pues los bares le quitaron muchas oportunidades a él y a otros.

En ésta ciudad chiquita, donde ha sido fácil perder el recuerdo, quienes no lo han hecho sólo han tenido una ventaja más: no pasar por lo mismo que parece ocurrirnos siempre.