sábado, 11 de abril de 2009

Capital central

Redundo en quién redunda en nosotros. La capital central de nuestro país se nos presenta con su gente, sus calles, sus cielos y su reflejo; difuso y poco claro. Realidad al inverso. Gracias a Sebastián Gaviria y a Esteban Rauhut por permitirme usar sus fotografías. Presento su Realidad, Reflejo y Escape.











jueves, 9 de abril de 2009

Veinte años después, seguimos vivos

Por Ricardo Z.

Si me guiara por lo que veo, si creyera en lo que leo, no sabría cómo pude haber nacido en esta jungla hace 21 años. No, esa no es la pregunta. ¿Cómo haber sobrevivido mi niñez en la ciudad más peligrosa del mundo? Sí, más bien. Pero el imaginario que me están formando no me convence. Prueba de ello: seguimos vivos.

Medellín, símbolo de transformación. Claro, el cambio es del cielo a la tierra. Las estadísticas son irrefutables. Los datos económicos dan cuenta de ello. El tejido social lo siente. Pero por lo que veo pintado, no me queda claro cómo uno, en sano juicio, era capaz de vivir acá.

Medellín, transformación de una ciudad. Para mí todo sigue siendo igual. De niño salía a jugar a la calle y nunca me robaron. Ni siquiera me acuerdo de las bombas que dicen que estallaban en cada esquina. Mi hermanita nació y no hubo temores. Uno nuevo en la familia, teníamos todas las ilusiones. Sí, claro, nunca dejamos de soñar.

Medellín, ¿qué te ha pasado? Sé que nunca moriste. Hace veinte años una peste te tiró a la cama, pero no has dejado de vivir.

Medellín, te vi el otro día en una exposición que le mostraron a los señores del BID. Por lo que me dijeron parecía no conocerte. Hoy dicen que eres otra. No les creo. Siempre has sido la misma. Al final me dieron una libretica. Bueno, déjame yo te la muestro, creo que tiene cosas rescatables. Por lo que decía hace mucho tiempo vienes haciendo esfuerzos. Claro.


Esta es la portada. Sencillita. Bonita, ¿no?



¿Qué me dices del pasado? Bueno, esta sí fue hace mucho más que esos días negros del terror. El progreso, los ánimos de salir adelante. Seguramente eran tiempos bonitos.

Foto: Gabriel Carvajal, Edificio Cámara de Comercio, 1971



Ah, sí. Ya después esos sueños como que murieron. Yo sé, te pegaron muy duro, pero mira, seguías luchando por rescatar lo bueno. Claro, esta es la única Catedral, no la de Pablo. Esa ya hasta la quitaron.

Foto: Revista La Hoja, La Catedral es esta, 1992



Siempre es mejor no ocultar tus heridas. Míralas y no las olvides.

Foto: Guillermo Melo, Sin título. Parque de San Antonio, junio 11 de 1995,

6:35 p.m. Una hora antes del atentado terrorista.



Oye, yo siempre me pregunté qué tenían de malo las comunas. ¿Qué no vivimos en ellas pues?

Pintura: Fredy Serna, Comun-A, 1994. 

"Comuna no es violencia, es zona de hábitat"



A veces digo que qué pereza esos programas de televisión sociales, pero son como nuestro exorcismo, a lo bien.

Programa TV: Muchachos a lo bien,

Fundación Social - Corporación Región, 1993-1999



¿Cómo se sentía el despertar de tus calles cuando el arte invadía las esquinas y ahuyentaba las plagas? Sí Medellín, yo sé que también podías reír. Yo sé, el valle es caja de resonancia para la música, la tambora, las comparsas, el canto. Por eso cuando alzas tu vos, contagias de carácter.

Foto: Jesús Abad Colorado, Movimiento Cultural Barrio Comparsa, 1991



¿Hace cuánto empezó tu recuperación? Ve, qué bonito, uno de los primeros retoques que te hicieron. Esa donación te hizo un poquito más gordita. Claro que más bonita.

Plaza de Botero, frente al Museo de Antioquia



Sí, yo no me quisiera quedar en la ignorancia. Esa de los parques bibliotecas estuvo buena. Rico también sentarse con las demás personas.

Parque Biblioteca Belén



Como lo dijo Machado, se hace camino al andar. Deja que sigamos andando, deja que sigamos pisando, deja que nos sigamos viendo las caras, déjanos hacer caminos y cruzarnos en ellos.

La calle Carabobo, arteria central de Medellín,

fue peatonalizada en 2006


No está mal la exposición, ¿verdad? Por cierto, yo no me llevo el crédito, ni de las fotografías ni de la colección. Apenas te regalo las palabras. 

Después de todo no pintas mal, Medellín. Antes y ahora sos la misma. Te sigues riendo, te sigo soñando. Veinte años después y aún a tu lado.  

Nota: Las fotografías fueron tomadas de la exposición Medellín, transformación de una ciudad, expuesta en la 50va Asamblea del BID. 

martes, 7 de abril de 2009

De cómo perdimos un pueblo y la conquista: historia de una raza errante (tercera parte)

Por Ricardo Zapata Lopera

De colonos a refugiados

Don Álvaro reflexiona en cómo el pasado pudo traernos este presente. “El centralismo. Los dirigentes políticos han sido muy egoístas. Aquí se generan muchos recursos, pero la inmensa mayoría de esa plata, de esos recursos, los utilizan en la misma ciudad. Los vuelven cemento, los recursos los vuelven cemento, y hacen de esta ciudad un espejismo, una cosa maravillosa. Eso se lo proyectan a la gente de los campos y de los pueblos. Entonces, a la par que se va desarrollando la ciudad, se va desmejorando el nivel de vida en los campos y la gente se siente presionada, como le están mostrando esta fantasía de ciudad, que allá por lo menos vendiendo confites uno consigue la comida, nos metemos en cualquier parte. Qué tal, aquí estamos aguantando hambre, ¡vámonos pa allá!

“Y llegan y se meten en casas de cartón y se van a vender confites en los buses, a pedir limosna o a sobrevivir de cualquier manera. Abandonan el pueblo. Es por la imagen que le están presentando a la gente de que esto es la solución a todo lo malo, o sea que aquí se vive muy bueno, que en la ciudad todo el mundo vive bien. Pero eso son mentiras.

“También la falta de oportunidades y la falta de educación. Todo el mundo en los pueblos siempre desea, cuando ya la familia está crecidita, vámonos pa Medellín pa poder educar a los hijos. Entonces claro, es todo el mundo echando pa acá.

“A la provincia la abandonaron. Antes en vez de darles recursos se los quitan. ¿Cómo se enriquecen las Empresas Públicas de Medellín? Con los recursos de los municipios. El agua no se produce aquí en Medellín, eso viene de los pueblos. Y no le retribuyen a los pueblos todos esos recursos que le están quitando.

“Por falta de oportunidades también algunos se han unido a los grupos armados. De la mala situación económica que se está viviendo en los pueblos, los grupos armados aprovechan para ilusionar a los muchachos y meterlos en la violencia. Los ilusionan con dinero, con salarios, con supuestas buenas condiciones”.

Pero reitera que el centralismo es raíz de los descuidos del campo. “El mayor centralismo se sabe que es Bogotá. En segundo nivel, el de las ciudades, caso concreto, Medellín. Y si usted va a los municipios también abandonan las veredas. Las administraciones municipales destinan los mayores recursos es para las vías del municipio, para el acueducto del municipio, que todos los servicios del municipio. Y las veredas y los corregimientos los mantienen abandonados. Entonces es una secuencia.

“En las veredas hay que dar educación, crear colegios. La parte fundamental del desarrollo de una sociedad es la educación. Si la sociedad no está bien educada permanecerá en la ignorancia y será más fácil para la gente egoísta dominarlos. Una persona ignorante se manipula muy fácil”.

Mi abuela estuvo rodeada de todos estos factores: la falta de educación, la falta de oportunidades, la pobreza y el centralismo. Según la historiadora Mary Roldán, en épocas de La Violencia, “[la violencia] también se volvió un poderoso medio por el cual las localidades que se sentían abandonadas por su partido o por el gobierno hacían sentir su oposición a lo que percibían como el sacrificio de sus intereses por parte de caciques que pactaban entre sí a puerta cerrada en Medellín, sin que necesariamente tomaran en cuenta los deseos o preocupaciones de sus partidarios pueblerinos”. Y desde el campo lo que percibió mi abuela fue que “los políticos del campo confiaban mucho en los de la ciudad, esperaban mucho de ellos en La Violencia y no recibieron nada”.

Las medidas que adoptaron los dirigentes desde las ciudades parece que no tenían sintonía con las peticiones de las localidades. El directorio conservador del municipio de Heliconia al suroeste de Medellín diría en pleno gobierno de Laureano Gómez cuando exigió un cambio de alcalde y no les prestaron atención: “no por esto dejaremos de ser conservadores, pero sí nos damos cabal cuenta de la inutilidad de nuestros servicios, pues solo somos autómatas para mover un electorado a las urnas y luego nuestras peticiones son hechadas al olvido”.

Por eso el ambiente político en el momento era tenso. En Guasabra había que mantenerse con una credencial conservadora. No todo el mundo era digno de confianza y había que cuidar mucho las amistades. Al abuelo Alfredo casi lo logran convencer de quedarse a luchar, pero una nota de mi abuela lo hizo arrepentirse. Simplemente decía que él de alguna forma tenía que responder por la familia.

Dice mi abuela que el gobierno de Laureano Gómez fue terrible. Sus recuerdos de lo que pasaba no son muy exactos, pero las vivencias arrojaron un sentimiento: “los políticos no hacen nada por el pueblo, los políticos buscan es su conveniencia”.

Por lo que cuenta mi tío Oziel, el papá de mi abuela, Maximiliano Zapata, era un hombre muy rico. “Rico de campo, con muchas tierras, cultivos, ganados. Además era pintoresco y le gustaban las leyes. Era muy estudioso, un autodidacta, con la plata que tenía se compraba los códigos y se los estudiaba. Ayudaba a la gente cuando tenía líos legales, defendía al pueblo. Aparte de los curas, era el único que sabía y no era ignorante. Además era liberal”. Ante una iglesia conservadora, le tocaba defender su posición. “Decían que era comunista. El padre Manuelito Restrepo Bran escribió cosas muy malas de él. Ahora la familia Bran tiene el libro del padre guardado porque dice cosas muy malas, muy inexactas. Pero en ese entonces los curas eran la última palabra”.

Maximiliano murió antes de La Violencia, pero de la herencia que le dejó a su familia liberal, mucha parte se perdió en ese entonces. Hoy todo pertenece, por la vía de hecho, a guerrilleros de las FARC. Es probable que los problemas familiares por cuestiones políticas hayan marcado la postura de mi abuela frente a la política. “Uno a lo último estaba en el campo y poco sabía de las cosas. Será por política y los malos entendimientos entre políticos”, decía.

Sin embargo, no son precisamente malos entendimientos entre políticos los causantes del conflicto, pero sobre todo los malos entendimientos entre quienes tienen poder económico, legal o ilegal. Es por eso que muchos expertos coinciden hoy en día que el desplazamiento y la gran movilización de los residentes del campo ha sido primordialmente una cuestión económica. Esto, producto en parte del centralismo estatal y social, la falta de conexión campo-ciudad, que hace ver las decisiones económicas cual si se tratara de un juego de ajedrez.

“Hay una gran pelea por la tierra productiva. El desplazamiento se da en zonas estratégicas para la movilización o tierras fértiles aptas para diversos cultivos. Este último es el caso de los macro proyectos productivos como la palma africana o el biodiesel. Para llevarlos a cabo ha sido necesario desplazar a la gente”, cuenta Libia Posada, artista e invitada a la exposición de Destierro y Reparación. Jesús Abad Colorado también dice al respecto: “el desplazamiento forzado se ha convertido en una estrategia para asegurar el control de territorios ricos en biodiversidad, recursos mineros, petroleros o para los cultivos de uso ilícito”.

De acuerdo a la investigación de Corporación Región con motivo del programa Destierro y Reparación, en el contexto económico del conflicto se distinguen varias problemáticas. La primera tiene que ver con las obras de infraestructura y los requerimientos de la globalización. Hidroeléctricas como Pescadero-Ituango en Antioquia, el canal interoceánico en el Chocó (en la desembocadura del río Atrato hasta Riosucio), carreteras como la troncal de los llanos y la vía Urabá-Maracaibo, son ejemplos.

A esto se le suma la deforestación y el ánimo de desarrollo de las industrias madereras y de palma africana en el Chocó y Urabá. La mayoría de las actividades de estas industrias se ha realizado en territorios colectivos de las comunidades negras o en zonas declaradas reservas naturales (como en el caso de Maderas del Darién que “explota principalmente en la cuenca del río Cacarica, declarada en 1983 por la UNESCO patrimonio de la humanidad y reserva de la biosfera” de acuerdo al sociólogo Alfredo Molano).

También se dan casos como el de Carimagua, que en nombre de un modelo de desarrollo que muchos cuestionaron (senadores como Cecilia López o Jorge Robledo, por citar algunos) porque desconocía el valor de los pequeños propietarios, se pretendía asignarle tierras de desplazados a grandes inversionistas.

Por detrás de todo esto, y con cifras menos precisas, se dan también los efectos del paramilitarismo y el narcotráfico, al cual guerrilla, paramilitares y delincuentes comunes están ligados. La búsqueda de tierras aptas para cultivos de uso ilícito, su transporte y procesamiento; tierras con posiciones estratégicas para movimientos de alimentos, armas y hombres; e incluso de tierras en zonas ganaderas y de agricultura comunes; ha sido causante de “una contrarreforma agraria con la compra de las mejores tierras del país (un 48 %, mientras que el 68 % de los propietarios o pequeños campesinos sólo poseen el 5,2 % del área)”.

Y podemos recordar otros hechos puntuales. La justicia norteamericana determinó que la multinacional Chiquita Brands financió el paramilitarismo en Urabá entre 1996 y 2007. En la vereda La Pola en Chivolo, Magdalena, los paramilitares de 'Jorge 40' obligaron a salir a campesinos de sus tierras (1,129 hectáreas) para llenarlas de ganado y montar su centro de operaciones, según lo realtó El Tiempo el 12 de noviembre de 2008. O hace más de 60 años cuando las petroleras extranjeras desalojaron y arrinconaron a la población nativa para explotar la región del Catatumbo.

Pareciera que el problema es de tierras. De acuerdo a Oziel, Guasabra está en pleno corredor para la movilización de diversos frentes de las FARC. Para no pasar por las inhóspitas selvas del Chocó, y llegar así a la región de Urabá, es necesario atravesar por Urrao, Caicedo y de paso Guasabra. “Todo eso está sembrado, pero los trabajadores son todos guerrilleros”. Y es que los guerrilleros no comen de los cultivos ilícitos. “Yo por allá no puedo subir. La última vez que fui fue en 1999, pero nos tocó salir volados de allá. Sólo van unas viejitas en el puente del 6 de enero a llevar regalitos y platica a los niños. Yo por supuesto mando alguito”.

La misma colonia de Guasabra, un grupo de gente de la zona que hoy vive en Medellín, no puede volver. “A la colonia la amenazaron con que no volvieran por allá”, dice mi abuela. “El padre dijo que no, que si tenían alguna cosa para darles que él bajaba hasta Antioquia por ella. Cada año es que van hasta Antioquia y les llevan regalitos, pero ya no tantos. La gente allá arriba se animaba y la gente recibía con una alegría y cantaban, les palmoteaban y quemaban pólvora y todo los de allá eran muy contentos. A la guerrilla como que no le gustaba”.

Y por estar metidos en tierras un bando del conflicto, el contrario, los paramilitares, han hostigado desde la cabecera municipal a la gente que se acerca. Ese es el caso de William, hijo de Juan, hermano difunto de mi abuela. Oziel cuenta que “le dio por montar una tienda por allá, y por supuesto sólo le compraba la guerrilla. Le estaba yendo bien y los paramilitares le advirtieron que no la siguiera surtiendo porque estaba colaborando con las FARC. Él de testarudo siguió y un primero de mayo, hace como cuatro años, nos dimos cuenta que andaba desaparecido. Lo cogieron por Santa Fe de Antioquia con una hija”. Sólo se supo que sus documentos de identidad estaban en la estación de policía del pueblo.

“Hasta que no se resuelva el problema de la tenencia de la tierra nunca habrá paz en Colombia”, sentencia Oziel.

Don Álvaro, por otro lado, enfrentado a un antioqueño paradojal, del que sale lo mejor y a veces lo peor, afirma: “la raíz de toda la violencia en este país es la injusticia social. Mientras unos pocos quieran apoderarse de todo, aquí no va a haber paz. Un pueblo con hambre siempre va a ser violento. El hambre produce violencia. A uno le da hambre y se le daña el genio, pierde la tranquilidad. Eso a nivel general se traduce en un pueblo incontrolable. Lo primero que se tiene que dar es solucionar ese problema de la desigualdad”.

Mi abuela, recordando que fue campesina, dice que “la gente que ha vivido en los pueblos toda la vida no sabe lo que pasa en el campo. Creen que se vienen porque es mejor. Eso no es así, se vienen es por necesidad”.

Cada vez es más paradójica la realidad, pues de un campo del que toca huir por necesidad, brotan las más grandes ambiciones.

La investigación de Destierro y Reparación cita: “En Colombia la no resolución histórica del problema agrario ha implicado mayor concentración de la propiedad y su aprovechamiento como un factor especulativo acumulador y apropiador de rentas en lugar de ser un bien de producción o de inversión, su utilización ineficiente (tierras de uso agrícola en ganaderías extensivas o tierras de vocación forestal en ganadería); altos índices de pobreza rural muy superiores a los existentes en sectores urbanos; institucionalidad ineficiente y caótica; destrucción acelerada de los recursos naturales y poca participación de los pobladores rurales en los sistemas de decisión que afectan sus modos de vida (Machado, 2001: 113)”.

Después de todo, parece que por eso don Álvaro insiste con los arrieros, es la verraquera que necesitamos.

Yo que nací altivo y libre
sobre una sierra antioqueña,
llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.

E.M.

miércoles, 1 de abril de 2009

De cómo perdimos un pueblo y la conquista: historia de una raza errante (segunda parte)

Por Ricardo Zapata Lopera

En mula por Antioquia y de vuelta a Medellín

Cuando en el siglo XIX, principalmente, muchos campesinos pobres asentados en las cercanías de El Valle de Aburrá y en tierras del valle de Rionegro decidieron salir en busca de oportunidades, emprendieron una epopeya que sería recordada como la Colonización Antioqueña, un proceso multiforme, con matices claros y oscuros, enmarcado por una actitud emprendedora, por un espíritu aventurero y unas ganas de salir adelante y conseguir riquezas, pero también por violencia física, favoritismos políticos, intriga, sobornos y ambiciones político-económicas.

Los actuales departamentos de Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda y parte del Tolima, Valle del Cauca y tierras lindantes, fueron habitados por unos personajes muy particulares, que poco a poco fueron constituyendo un mito, alimentado por las dificultades del terreno y por la capacidad de sobreponerse a ellas. “Sonsón y Abejorral en el sur, Fredonia en el oeste, fueron los sitios estratégicos para el avance de los zapadores hacia los actuales Caldas y Tolima, y al poniente, cruzando el Río Cauca, hacia el occidente de Antioquia”, diría James Parsons.

Hoy, cuando vemos masas de personas regresando a las ciudades y descolonizando el campo, parece paradójico que en algún momento sus ancestros salieron con ánimos de libertad a esas tierras al las que pocos quieren regresar.

Por eso, el trabajo de Álvaro Fernández para muchos parece perder validez cuando es un pasado de injusticias el que nos trae el presente, pero su visión y energía se han enfocado en recoger los frutos de tiempos de esfuerzos, cuando a punta de trabajo, verraquera y comunidad, el paisa forjó su leyenda.

Hoy su propósito es uno sólo: rescatar los valores paisas. Para él los arrieros, los tiempos épicos de Antioquia, son un recuerdo que no puede ser olvidado. “Todos los valores, las virtudes, la enseñanzas, todo lo bueno de los ancestros viene de los arrieros. Así que la arriería es el origen de la antioqueñidad. Nosotros nos creemos muy verracos y muy guapos y todo. Ese orgullo viene es de esos hombres, los verdaderos héroes de Antioquia”.

Don Álvaro nació en Ciudad Bolívar, “en San Gregorio, una escuela de arrieros. La mayor actividad que se desarrolla es la caficultura, pero como es un pueblo casi inaccesible porque está por allá arriba, todo se mueve a lomo de mula. Todos los días usted ve recuas de mulas de arriba pa bajo, es una cosa bonita”. Por cuestiones de La Violencia, a los siete años salieron para Medellín y después terminó viviendo en Cisneros donde se educó y pasó su niñez y juventud. “Luego ya tomé la decisión de ponerme a andar en plan de trabajo, de rebusque, de sobrevivir. Yo me considero de todo Antioquia”.

Ha sido artesano, comerciante, profesor, dibujante, pintor, poeta y escritor. Su trabajo es investigar. Es historiador empírico. “Llevo 5 años consecutivos dedicados a la investigación de la historia de la arriería, del ferrocarril, ya he publicado cuatro libros. A la par con la investigación y con los libros, pinto al óleo y dibujo en plumilla.

“La historia de la arriería es una historia perdida, es una historia que no se había escrito. Uno encuentra muy poquitico de la arriería en bibliotecas y librerías. Mucho folklorismo paisa sí se encuentra, pero una historia seria y concreta sobre lo que fue la arriería es muy difícil. Porque es que imagínese cuanta historia y cuantas cosas bonitas no se vivieron en las fondas, y habían fondas por todas partes, por todos los caminos y todas las regiones de Antioquia, y allá era donde se hacía la historia, donde se hacían lo negocios, donde se hacían las fiestas, donde se encontraba la gente, donde se hacían o se construían las costumbres. Esa historia nadie la escribió. Por tradición oral la gente ha oído, pero precisamente como no hay una constancia física de esa historia es que la gente ha perdido identidad. Y llegan otras culturas extranjeras, contaminan la cultura nuestra y se va perdiendo la identidad paisa. La gente se va olvidando de sus raíces. Entonces yo estoy tratando de aportar como un granito de arena. Buscar y buscar y reseñar. Tratar de que no se pierda la historia, porque si se pierde la historia de la arriería, se van perdiendo los valores y se va volviendo un desorden esta sociedad.

“Yo me recorrí todas las bibliotecas de Medellín y fue mínima la parte que encontré. ¿Qué me tocó hacer? Hombre, yo conozco la región del suroeste, yo he caminado mucho por allá. Allá tiene que estar la solución a esto. Hay que ir a buscar los sobrevivientes de esa historia. Entonces comencé a buscar gente veterana, ahí es donde encuentra uno la fuente de la información, en los que fueron arrieros, ya retirados. He encontrado gente de 90 años que me ha contado historias de arrieros. Más o menos tenía indicios de dónde podía encontrar a esa gente y me fui a buscarlos. Con base en eso ya hice un libro que se llama Historias de la Arriería en Antioquia.

“El arriero se hace desde niño. Por lo general se aprende del papá. Va de generación en generación. El arriero tiene que ir aprendiendo poco a poco todos los pasos, secretos, trucos y cosas que tiene la arriería. En un principio el arriero se llama sangrero, que es el ayudante. Le toca ayudar a enjalmar, cuidar las bestias, estar pendiente de la comida del arriero. Cosas que no son tan fundamentales dentro del oficio, pero ahí va aprendiendo. Ya después con la experiencia se va volviendo un experto hasta que logra independizarse en el oficio y es considerado como un verdadero arriero.

“Ellos son jornaleros. Trabajan en fincas al servicio de patrones. Pero la arriería ha sido un oficio que le da la oportunidad a la persona de independizarse y de hacerse rico. Es como una empresa. Es como una empresa de transportes. Miremos hoy en día, por ejemplo, una persona que puede empezar manejando un taxi. Y si es un hombre bien juicioso, le va bien y tiene suerte, le va a alcanzar su platica para comprarse un taxi. Y con base en eso va creciendo y a través del trabajo y el tiempo se va a conseguir sus cinco, seis, ocho, diez taxis. Eso ha pasado en la arriería. Ha habido arrieros que han llegado a ser tan ricos o más ricos que el mismo gobierno. Como la historia de Pepe Sierra. Pepe Sierra fue un arriero, trabajó muchos años en la arriería. Pero el hombre con su trajín, con su trabajo, con su ambición y sus cosas llegó a tener tanta plata que le prestaba al gobierno. Hay una avenida en Bogotá que se llama Avenida Pepe Sierra, en honor a ese arriero de Girardota. En su tiempo fue el más rico de Colombia”.

Pero los arrieros no son una raza olvidada, a pesar de los nuevos medios de transporte y los adelantos tecnológicos, todavía hoy existen. “En Ciudad Bolívar hay muchos arrieros. Son paisas en cuanto a sus costumbres, no han perdido mucho la identidad. En cuanto a su modo de trabajar, de vestirse, de comportarse, igual, es gente campesina, gente humilde y tan trabajadora como siempre. Básicamente el arriero arriero no ha perdido su identidad. Se viste prácticamente como hace 80 o 100 años, con ropa de dril, ropa fina. Lo único que ha cambiado es el calzado. El arriero nunca se ponía alpargatas, trabajaba descalzo, sólo se ponía calzado cuando entraba al pueblo para estar bien presentado ante el patrón o ante las muchachas. Ahora los arrieros trabajan es con botas pantaneras. Hay algunos pocos viejos que todavía lo hacen descalzos.

“Esos viejos conservan su modo de ser así espontáneo, son accesibles, son sencillos y son auténticos antioqueños paisas. No les falta el carriel. Arriero que se respete tiene que tener el carriel.

“Incluso en la actualidad hay mujeres que viven de la arriería. Hay un evento importante que se hace el mes de mayo que se llama Arrieros Somos. En el de este año, dentro de 300 arrieros, había unas seis o siete mujeres arrieras, que viven de eso y que desarrollan la actividad como cualquier hombre. Y se queda uno admirado, no son cualquier rejo de vieja, son mujeres maquilladas y bien presentadas, muy femeninas. Y cargan bultos y alzan carga en las mulas, ¡muy verracas!”. Arrieros Somos es un programa que busca la reconciliación de la ciudad con el campo, y la solidaridad con los desplazadas que se encuentran en Medellín. En todas las mulas que llegan, vienen bultos de alimentos para las familias desplazadas. Es el campo socorriendo a la ciudad.

El arriero fue una persona que marcó el destino de Antioquia. En su identidad, como lo escribe Eduardo Santa en Arrieros y Fundadores, impuso un ejemplo. “El arriero era un hombre honorable por excelencia. A él podían confiársele cargamentos de oro en polvo con la seguridad de que llegaban a su destino sin merma ni menoscabo. No había necesidad, como hoy en día, de contrato escrito ni de estipulaciones de ninguna índole. Su estampa varonil, orgullo legítimo de la raza, es todo un medallón. El arriero es hombre fuerte, estoico y tenaz, y forma con la mula una maravillosa cohesión de progreso”.

Su palabra dio ejemplo a muchos antioqueños. Muchos hoy recuerdan el gran valor de la palabra. Uno de ellos es Hernán Macías, un tinterillo de las calles de Medellín que hacía memoria de los viejos tiempos. “Las personas se respetaban mutuamente. Había mucha palabra… la palabra. Hoy en día el valor de la palabra se perdió. Antes la palabra era la que decía la persona: hombre yo te vendo esta casa, después hacemos las escrituras. Era tan delicada la cuestión que por ejemplo decirle hijueputa a una persona costaba la muerte. Eso le valía la muerte a una persona. Entonces decirle hijueputa a un viejo, ahí mismo sacaba el machete y se agarraba con el otro en un pañuelo, las famosas peleas, el que se matara primero. Entonces era muy delicado. La palabra madre valía mucho. Hoy en día le dicen a uno hijueputa y no le para uno ni bolas, porque eso hasta en canciones viene”.

“La arriería sí fue como la parte más importante dentro del desarrollo de Antioquia, de su progreso”, prosigue don Álvaro. “A raíz de esto también se impulsó la colonización. La colonización la hicieron fueron arrieros, arrieros con ganas de conocer otras tierras de conocer otros espacios, de abrir nuevos horizontes. Ellos se sintieron impulsados a emigrar a otras ‘tierras prometidas’ y ahí fue cuando empezó la colonización”.

Manuel Mejía Vallejo cuenta de los arrieros en La tierra éramos nosotros. “A estos héroes anónimos únicamente los reemplazan robles. Y cada uno que se ve en la cumbre, solitario ante su grandeza, es el rastro vigilante de los forjadores de esta raza resuelta. En cada picacho de la cordillera vibra un espíritu con un hacha, y en cada vuelta de la montaña una voz rebelde arde al viento, victoriosa. Los aserradores, entre la selva oscura, forman parte de la misma selva. Los arrieros contra acémilas y caminos aman su oficio de la andante arriería, el suelo natal y los senderos hacia lo desconocido”. “La epopeya del hacha”, como Santa diría de la Colonización.

Ante un pasado tan glorioso y legendario, vuelve la pregunta: ¿de qué manera pasamos del hacha a la escopeta? ¿Cómo llegamos de colonizar y ser una tierra de propietarios a regresar sin un centavo a las ciudades? Lo primero que debe decirse es que la Colonización Antioqueña también vivió sus conflictos. No fue tan gloriosa como cuentan los mitos. Las riñas entre colonos y terratenientes fueron comunes. Los campesinos pobres, arrieros y emprendedores que salieron a conquistar tierras solitarias se vieron en conflicto con señores ricos que llegaban después de un tiempo reclamando legítimo derecho sobre esas tierras, frutos de concesiones dictadas por los gobiernos centrales. La tierra es para quien la trabaja, decían algunos, pero muchas veces la realidad fue otra.

En el 2006 los datos de la Conferencia Episcopal de Colombia y el Codhes revelaban a Antioquia como el principal departamento expulsor de población: “Antioquia presenta 18 municipios expulsores dentro de los primeros 50 del país y 6 dentro de los primeros 10. Los casos más relevantes corresponden a Peque con la expulsión de aproximadamente el 77% de su población en 2001, Buriticá, Yondó, Alejandría, Cocorná y San Francisco, con porcentajes de expulsión en el rango comprendido entre el 45% y el 48% de su población (Conferencia Episcopal de Colombia-Codhes, 2006, p. 36)”, de acuerdo a Ana María Jaramillo en el informe final de Destierro y Reparación.