miércoles, 23 de septiembre de 2009

Circo

Los circos pocas veces me habían llamado la atención. Desde niño he repudiado las fiestas, la bulla y las risas forzadas. Los circos, los payasos, los disfraces, los animales con falditas; no me digan más, prefería simplemente sacarlo de mi mente. Todas esas expresiones humanas de histeria son entidades paralelas a mi mundo, no las combato, sólo miro pal otro lado. Pero no saco de mi cabeza al niño. Lo miro pensando y me sorprendo con lo que pueda despertar en él la chispa de lo nuevo, lo desconocido, lo impensable.
Ayer no era mayor que hoy, cada día parece que dejo lo único que he conocido y me queda la esperanza de no olvidar lo que era ser niño. Así tenga que responder por cosas más grandes, espero no ser presa del orgullo y la autosuficiencia: que como reí aquella vez que fuí al circo por el payaso que decía chistes evidentes, que como dejé que me deslumbraran los saltos, las caras alegres y los trajes holgados, que como aguanté el dolor de estar sentado en una tabla estrecha por ver toda la función, que como aplaudí primero que los niños cuando el artista dejaba el escenario después de un espectáculo preparado con esfuerzo; que así viva el tiempo que me toca y no deje de maravillarme del arte que me invoca: sonríe.


Ricardo

2 comentarios:

  1. Saludos Ricardo, que escrito tan interesante.

    Saludos Camilo G.

    ResponderEliminar
  2. Para qué circo... entre los políticos, la televisión, etc... no hay ya más que un circo de tres pistas. Un saludo.

    ResponderEliminar