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miércoles, 27 de mayo de 2009

Agua y miseria


Por Ricardo Zapata Lopera


A las seis de la tarde el Metro en dirección norte va atestado de personas que salen de sus trabajos en las zonas pudientes del sur. Da al río hasta llegar a la estación Industriales en la que quiebra su rumbo y se mete al centro. Desde la ventana veo sus aguas, en parte sucias por el descuido histórico al que lo sometimos, en parte limpias por el proceso de recuperación. Recuerdo que Jaime Andrés Peralta cita a Tomás Carrasquilla hablando del Medellín:


“No tiene leyendas como el Rin, ni sacros misterios como el Ganges; genios y ondinas desdeñaron sus aguas; ningún poeta le ha dedicado una estrofa; para nada le mencionaron las tradiciones misteriosas; la horda primitiva que trasegó sus márgenes no le consagró siquiera la más salvaje de sus admiraciones; la superstición y los agüeros del alma castellana jamás forjaron a su costa ningún espanto ni de diablos azufrosos ni de ánimas en pena. El Aburrá es un humilde, un ignorado, un agua sin nombre.”

Y eso es. El río Medellín parte a la ciudad en dos y para muchos es el causante de la división del valle. No es el orgullo de la villa. Nadie quiso vivir junto a él cuando la ciudad empezó a crecer. Todos cogieron para las montañas. Un cuento es la zona oriente, y otro es pasar al occidente. La división no es socioeconómica, los estratos se encuentran regados entre oriente y occidente, lo que hace el río es hacer más complicadas las cosas para el transporte. Se vuelve más difícil sobre todo para los peatones. Es que caminar el valle de Aburrá es tarea difícil.

Su mismo descuido ha propiciado que albergue gamines, rastros de humanidad que se escabullen por las cloacas del desperdicio paisa. Tristemente todavía hay alcantarillas que desembocan en el río. Peor aún es que personas vivan en ellas. Es común notar por las noches luces dentro de estos tubos. Por el día se ven ropas, basuras, personas fumando.

Veo en la alcantarilla el símbolo de nuestra impureza. Victor Hugo dijo que “la alcantarilla es la conciencia de la población. Todo converge en ella, y en ella se confronta. En este lugar hay tinieblas pero no hay ya secretos…todas las porquerías de la civilización, cuando ya no sirven, caen en ese foso de verdad adonde va a parar el inmenso derrame social”. Al margen de nuestra civilización, los miserables que conviven con esta agua no sólo son el derrame social nuestro, sino que se juntan con el derrame físico.


Pero ellos y las alcantarillas son el símbolo de lo que realmente dejan en el fondo las prisas, el olvido del entorno natural, la aberración en que a veces se convierte el Medellín diurno. Dice nuevamente Victor Hugo: “cuando se ha vivido teniendo que soportar el gran espectáculo de la gran importancia que se arrogan en la tierra la razón de Estado, el juramento, la sabiduría política, la justicia humana, la probidad profesional, las austeridades de situación, las togas incorruptibles, consuela entrar en una alcantarilla y ver el fango a que se ha reducido todo esto”.